Es normal que durante los primeros meses todas las ganancias de un emprendimiento deban ser reinvertidas o destinadas a cubrir imprevistos o nuevas necesidades. ¿Cuál es el plazo máximo para ver si el negocio será realmente rentable? Acá, la emprendedora Verónica Oliva responde.

¿Es normal que al comenzar un emprendimiento sienta que no gano dinero?, pregunta Karen Córdova, quien envió su inquietud al Diario de un Emprendedor el 25 de noviembre.

La respuesta es sí. Sentir que no ganamos plata es lo más normal cuando estamos partiendo (o quizá por un buen tiempo). Hemos invertido tanta energía, creatividad, ánimo y dinero en iniciar un negocio, que cuando este no despega como imaginamos luego de unos meses sentimos una enorme frustración y preocupación.

¿Por qué sucede esto?

Lo primero que debemos tener muy claro es que durante el primer año es casi imposible tener utilidades. Esta regla no corre para los negocios informales, con no mucha más proyección que “darse vuelta” en el día a día y generar recursos para sobrevivir, pero sí para los que tienen un esquema de desarrollo a largo plazo: esos en donde fue necesario invertir una suma importante en la compra de insumos, en la creación de una página web, en un canal de e-commerce, un local físico. Probablemente, durante los primeros meses toda la ganancia es invertida, ya que nos vamos dando cuenta, por ejemplo, de que necesitamos hacer innovaciones en la tienda, o comprar nuevos productos, o solucionar un imprevisto.

Casi todos los emprendedores partimos con nuestros ahorros de toda la vida, con un finiquito o pidiendo un préstamo. Ese dinero, por lo general, nos da un colchón para mantenernos durante una primera parte de nuestra aventura y, por eso, si ganamos o no dinero es una preocupación secundaria. Pero la plata se acaba y las necesidades y gastos fijos siguen. Por mucho que hagamos un exhaustivo presupuesto sobre cuánto necesitamos invertir en cada área, siempre se escapan cosas, siempre hay “dobles imprevistos”, cuya solución excede al dinero que, precisamente, dejamos para estos eventos.

Veamos un ejemplo que aplica para cualquier persona. Queremos renovar el baño de nuestra casa y hemos calculado que necesitamos un millón de pesos, porque vamos a hacerlo de nuevo: a poner una nueva taza, tina y lavamanos; también a cambiar la cerámica del suelo. Pero un día el maestro se encuentra con una rotura de cañería que nadie había advertido. ¿Qué hacemos?

En mi rubro –el de los almacenes–, por ejemplo, sé que más o menos uno necesita unos siete u ocho millones para echar a andar uno con toda la maquinaria indispensable–vitrinas, coolers, cortadoras de cecinas, mercadería, etc.–, pero: ¿cómo prever si tendremos algún problema legal o si necesitaremos gastar más dinero? Definitivamente, no estar conscientes de este punto es un primer error.

Un segundo error es proyectar las ventas durante los primeros meses de forma “demasiado” positiva. O, peor aún, como les pasa a muchos emprendedores: no hacer proyecciones de venta. En mi experiencia ayudando a las y los almaceneros he visto que muchos no calculan cuánto deben ganar ni siquiera para cubrir los gastos fijos a fin de mes. Esto sucede porque no entienden bien las nociones básicas del negocio, o ven su emprendimiento como algo chiquitito, entonces todo es chiquitito. No: hay que pensar en grande, aunque recién se esté empezando.

A mí me pasó. Como les contaba en mi primera columna, hace unos años firmamos un contrato millonario con una gran empresa que nos dejó a mi marido y a mí con una cantidad de dinero que jamás habíamos manejado. Yo soñaba con tener una boutique, entonces, cuando me vi con la plata necesaria para invertir no lo pensé dos veces. Encontré un local con un arriendo carísimo, pero tenía cómo pagarlo. Lo remodelé por completo: le puse espejos, piso flotante, muebles nuevos; quedó precioso, pero no tuve la visión de preguntarme: ¿estará bien poner una boutique aquí?

Para que el negocio fuera rentable debía vender como mínimo 300 mil pesos diarios desde el primer día. Nunca logré esa meta y, lo que ganaba, se me iba en pagar arriendo, luz, agua y los gastos básicos que tenemos al formalizarnos, como IVA, patente, contador, imposiciones, etc. Durante los siguientes meses tuve una verdadera batalla interna. Mi lado racional me mostraba que los números estaban rojos. Mi lado emocional me decía: “Dale, tú te la puedes, diste la vida en esto”.

Di la vida, pero: ¿Vale la pena desangrarse en el camino?

Mi gran error fue meterme en un rubro que no conocía. Al no dominarlo, no sabía cómo conseguir mejores precios y productos. Tampoco analicé si el lugar era el adecuado, ni si el público del sector sería mi clientela. Me enfoqué en tener una gran tienda, un computador y un mesón, pero no en entender el rubro. Tampoco di a conocer el negocio en redes sociales, esperé a que la gente llegara sola a comprar, como me pasaba en el almacén. Hay áreas donde uno debe analizar muy bien cómo potenciar la venta cuando no estamos ofreciendo un producto de primera necesidad.

Por eso, si sienten que no están ganando, deben preguntarse desde ya: ¿qué estoy haciendo mal? Hay que poner un límite de acuerdo a la realidad de cada uno. Hay que sincerar las expectativas.

Una buena noticia: es normal cometer errores a la hora de emprender. Lo importante es darse cuenta de si ese error es subsanable o no se podrá remontar antes de que se nos acaben los ahorros. Si el problema va, por ejemplo, por no saber vender, podemos aprender y crear estrategias novedosas para dar a conocer nuestro producto, como vimos en la columna anterior. Si tenemos la responsabilidad, por ejemplo, de tener que pagar un arriendo mensual y pagar sueldos, el tema es más delicado y hay que investigar a fondo las posibilidades del rubro. Si me preguntan, creo que ponerse como plazo máximo un año para evaluar si seguir o terminar es un período razonable para intentarlo y no morir en el camino.

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